El último recuerdo de un acontecimiento de
tanta magnitud en la vida del balneario habían sido los televisores. No
cualquier televisor, ni la invención del televisor, ni cierto modelo nuevo de
televisor, nada de eso, sino televisores flotantes que aparecieron después de
que un barco con contrabando vaciara sus bodegas llenas de electrodomésticos
frente a nuestro faro. El primer reporte lo hizo por radio el valiente capitán
de un guardacostas destinado a cuidar las aguas de frontera. Los televisores
llegaron flotando algunos días después, gracias a corrientes benévolas y
vientos favorables que los empujaron hacia nosotros, y no hacia África, a donde
hubieran llegado estropeados por tantos días de travesía interoceánica, ni
tampoco hacia el país vecino, con el cual el balneario tenía una acérrima y
larga disputa. La llegada de ese contingente de cuadrados negros entre las olas
fue recibida por la incredulidad de los pobladores primero, y el oportunismo
después. Las playas más cercanas al centro fueron rastrilladas en minutos.
Varios entusiastas se metían hasta la cintura en el agua helada, tratando de
atrapar un televisor antes que un vecino más avispado se les interpusiera.
Dicen que aún hay algunos televisores de aquella época, aunque muchos
explotaron a los pocos días de rescatados en la playa, por una potente
combinación de agua salada y corriente eléctrica.
Con las gallaretas ocurrió de manera bastante
parecida, en varios aspectos. Primero porque llegaron en invierno y por el mar,
despistadas como un televisor que flota hasta la orilla, aunque enseguida se
pudo ver que tenían más autonomía que un electrodoméstico...
(Fragmento. LAZARO,
R. I. “Las gallaretas”. Montevideo: Revista Lento, Enero 2014. pp 45-47)
No hay comentarios:
Publicar un comentario