martes, 20 de mayo de 2008

La novela no escrita


La novela no escrita está esperando por la mirada capaz de describirla, todavía antes de realizarla. Es inevitable sentirse a merced de la historia bajo el vaivén leve del avión. Devoro la porción mínima de carne y vegetales, cena obligada, y trato de dormir. El tenedor de plástico descansa en el plato. Dentro de los zapatos rojos de charol, revoleo casi imperceptiblemente los dedos de los pies. Van siete horas de viaje, siete horas desde la partida de la cama compartida, pienso, y faltan tres más.

Viajo a Santiago, de Compostela o de Chile, nadie lo sabe. La sensación vacía de la mirada despidiéndome me atormenta tanto como la novela no escrita. Me observa la mirada del escriba de la novela todavía no imaginada, pendiente en la cama compartida, y el cielo negro nos traga a todos los pasajeros.

Las horas pasan, y de nada de esto soy conciente. El organismo se amolda al asiento. El avión mantiene la misma lejanía de la tierra. Distancia perfecta, necesaria hasta aterrizar. Flota, avanza, rozo con el rostro el vidrio doble de la ventanilla. Increíble el plástico tan fino separándonos del aire alrededor. Los cristales ínfimos del lado del espacio tienen seis pies. Todos tienen seis pies. La novela no sé cómo será. Tan sólo me dijeron: Que sea bello.

Ahora pasan también las estrellas, y me siento sola, bien sola. A merced de las distancias allá abajo por las distancias tan mías, y el globo enorme gira bajo el avión, la soledad toma la garganta y brotan lágrimas de los ojos. El señor sentado a mi lado tiene tos. Se acomoda en el asiento, mira mis zapatos rojos de charol y tose otra vez. Al mismo tiempo toso yo también. Abro la libreta y escribo: Que sea bello, tan sólo.

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